No todo poema –para ser exactos:
no toda obra construida
bajo las leyes del metro-
contiene poesía.
Octavio Paz
Enrique González Rojo (1899-1939), el poeta.
La poesía contemporánea surge en la época
postrevolucionaria. Concluida la revolución mexicana comienza en nuestro país la
construcción de las nuevas instituciones, consecuencia del nuevo pacto político
de los grupos revolucionarios.
En este contexto, la obra del poeta Enrique González Rojo está enmarcada en
la época de los poetas contemporáneos
mexicanos, al lado de Carlos Pellicer, Bernardo Ortiz de Montellano, José
Gorostiza, Jaime Torres Bodet, Jorge Cuesta, Xavier Villaurrutia, Salvador Novo
y Gilberto Owen.
González Rojo, trae la poesía en la sangre:
hijo de otro ilustre poeta mexicano y diplomático: Enrique González Martínez
(1871-1952).
En el poema El Buzo, González Rojo hace sentir al lector los colores, la luz,
el mar, el agua, el aire.
En apariencia, El Buzo es un poema sencillo escrito en primera persona en donde el
lector se siente, momento a momento, sumergido en la inmensidad del mar hasta
el punto en que los oídos son rotos por la presión de la profundidad del agua.
Sin embargo, parafraseando a Octavio Paz, el poeta utiliza, adapta o imita el fondo
común de su época. Y el fondo común de la época es el modernismo contrario a la poesía romántica española.
En esta poesía el autor se entrega al mar
como se entrega a su obra poética y se ve asimismo, en la ruptura de lo
tradicional y lo nuevo: la nueva poesía, hechura de poetas mexicanos. Leer a
González Rojo es entrar a un mundo fascinante de luces, colores, de auténticos
momentos que vive y siente, a contrario de los románticos que –a decir de su padre el poeta Enrique González
Martínez - la expresión en su poesía carece de verdadero sentimiento.
Vaga
fosforecencia luminosa,
entibia
la curva
superficie de las ondas.
Llamaba el
mar,
y yo solté
mis manos de la borda,
y comencé a
bajar…
Tibio era el
baño de la luz; absorta
mi alma se
cubría de oro y sol.
Antes pesaba
el cuerpo, pero ahora
el mar volviómelo
ligero,
tal como el
aire y la canción.
Llamaba el
mar,
y yo seguía
hundiéndome
cada vez más
y más…
De repente
apagáronse las luces
como
lámparas eléctricas rotas;
sentí la
detonación en mis oídos
amarga,
contenida y sorda.
Llamaba el
mar.
La cuerda se
alargaba, y yo seguía
bajando más, bajando más…
Jaime Torres Bodet (1902-1974) otros de los contemporáneos
también deja ver esa ruptura, que no una transición, del romaticismo con el
modernismo de los contemporáneos. Pórtico
es un poema que rompe el paradigma de la métrica y formas inflexibles. Esta
maravillosa poesía de Torres Bodet reconcilia al poeta con su ser y no que con su
deber ser, el poeta como es, sin adornos, que expresa el auténtico espíritu.
Pórtico
En esta
presencias amarilla –entre dos lámparas- de la
noche,
en esta
inmovilidad del espejo que cuenta al revés sus
cadáveres
y en la
grieta fina del reloj
por donde
cabe todos los días un instante imperceptible
de
alondra
está mi
eternidad.
En este arco
de triunfo
de vértebras
unidas con banderas
para el
aniversario de una rosa en el tacto,
en esta
dimensión de cinco dedos
indispensable
al peso de cada fruto y a la fecundidad
de cada
caricia,
en este
blanco de los ojos, blanco,
al que no
tocan sino flechas mudas
y en esta
melodía de una piel que la sal
de las
mareas no enjuga, ni robustece, ni bruñe.
De un muro
al otro de la soledad
soy un
hombre desnudo que sangra por un costado su
sombra
He tenido
que aprender
a nadar en una competencia de náufragos,
con las
manos tendidas
a todos los
racimos del agua en que las espumas verdecen
mientras los
cabellos perdían y recobraban a cada
momento una
corona de ausencias…
Me sabía la
voz, al hablar,
a las voces
de los poetas que el oído narcotizaba en los
libros.
Y odié la
voz. Y el eco. Y el espejo mismo del eco.
Pero ya
estoy aquí
en esta edad
de la luz en que los colores más opuestos
se
reconcilian,
rodeado por
una selva de vértigos
y
defendiendo de todas partes con una muralla de nombres.
Mi mundo
pesa lo mismo, ahora, que una promesa,
que un sueño,
que una palabra de mujer en la esquina
de una
almohada,
pero lo
llevo a todos los sitios,
a todas las
distancias del aire,
a las nucas
que imprime el bosque en la nieve de las
montañas,
a los valles
que deposita una fuga de arroyo en el césped,
a las proezas
y a las contricciones,
a todo,
a todo
cuanto devuelve a la orilla de un puerto
incendiado
-en ceniza
de pájaros y barcos-
la resaca de
los destierros…