miércoles, 18 de marzo de 2009

Confabulando


Hannah Arendt:
(1906-1975)
La vida del espíritu

Rosalino F. Guillén Cordero


[La igualdad es siempre la principal causa de las revoluciones. La muchedumbre aspira siempre a la igualdad absoluta; la clase distinguida quiere la absoluta desigualdad: la ambición de unos, la envidia de otros, ocasiona las discordias civiles. Las injurias, el envilecimiento y la avaricia de los gobernantes, de un lado; de otro, la cólera, la ira, la envidia, la ambición y el odio de los gobernados, hacen que todo poder se trastorne y se convierta, primero en demagogia y luego en despotismo.]

[El cumplimiento y observancia severa de las leyes, la prudencia, la sabiduría, la templanza, el uso moderado y hábil de los poderes, es el medio mejor de conservación de los gobiernos.]

La Política. Aristóteles. (Ed. Edivisión. México, 2000)

Mientras que en el verano de 1940 Francia era ocupada en sus tres cuartas partes por los alemanes durante la segunda guerra mundial, Hannah Arendt, filósofa y una de las pensadoras más originales y controvertidas de origen alemán (Hanover 1906), se establecía en Nueva York nuevamente exiliada, pues al primer país había llegado bajo esa situación en 1933 procedente de Alemania. Más tarde, en 1951 adoptaría la nacionalidad estadounidense. Arendt influyó poderosamente en el pensamiento social y político de la segunda mitad del siglo XX, y fue, además, una contundente analista de los más importantes acontecimientos históricos de su tiempo. En 1924 fue a estudiar a Marburgo y conoció a Martín Heidegger. Esta relación tuvo repercusiones en la filosofía de Arendt, que reacciona frente a un Heidegger cuyo pensamiento está dominado-encaminado por y hacia la muerte y la deshumanización; en contraparte, Arendt sistematizará con los años el concepto de natalidad y su pensamiento será considerado, por unos, como un canto a la vida. Su tesis doctoral titulada Der Liebesbegriff bei Augustin (El concepto de amor en San Agustín), inclina su pensamiento en favor de los grandes valores y sentimientos del hombre.
Karls Jaspers
El inicio de su relación de amistad con Karls Jaspers (psicólogo y filósofo existencialista alemán, Oldenburg, 23 de febrero de 1883; Basilea, 27 de febrero de 1969), que duraría el resto de su vida, coincidió con el matrimonio de Arendt con Gunther Anders (pseudónimo de Gunther Stern). Después de la guerra, Arendt fue profesora en las universidades de California, Chicago, Columbia y Princeton, ocupando, a la vez, altos cargos en organizaciones judías. Sus obras más célebres son The Origins of Totalitarianism (El origen del totalitarismo,1951), Eichmann in Jerusalem (Eichmann en Jerusalén, 1963), y las más filosóficas por especulativas The human condition (La condición humana, 1958) y The life of the mind (La vida del Espíritu, 1978), siendo ésta su última obra publicada y editada post-mortem por su albacea literaria Mary McCarthy, traducida al español por Fina Birulés y Carmen Corral (Paidós, 2002), obra que comenzó siendo una serie de conferencias preparadas para las Gifford Lectures, fundadas en 1885 por Adam Gifford, un notable juez y jurista escocés, “con el propósito de crear en cada una de las cuatro ciudades, Edimburgo, Glasgow, Aberdeen y St. Andrews [...] una cátedra [...] de Teología Natural, en el más amplio sentido del término”, según McCarthy.
La vida del espíritu
Arendt ha dicho que fueron dos razones bastantes diferentes entre sí las que la impulsaron a escribir sobre los trabajos del espíritu, terreno inseguro para quien prefirió montar su análisis y certidumbre en la base de la ciencia y en la teoría política: primero, en el proceso de Eichmann en Jerusalén, y, segundo, en los problemas morales surgidos de la experiencia concreta que iban contra la sabiduría de los siglos.
En efecto, Hannah Arendt no perdona al tribunal israelí que juzgó a Eichmann en Jerusalén (Ver http://www.youtube.com/watch?v=fBC4MAUekQA); ella se pregunta por qué Auschwitz era tan horrible, y en qué el horror de los campos de exterminio se distinguía de todos los demás horrores de la historia. En su notable libro Eichmann en Jerusalén, incide en preguntar en qué esos crímenes “eran diferentes, política y jurídicamente, respecto a los que les habían precedido”.
Un poco más adelante la autora se inquieta por esa singularidad del caso que lo hace ser como ningún otro que haya existido en la historia humana, y cuyo no reconocimiento, en su opinión, llevó al fracaso al tribunal de Jerusalén. Un tribunal como éste, tan ocupado en juzgar los crímenes contra el pueblo judío debería estar en condiciones de distinguir entre “crímenes de guerra” (matar civiles, ejecutar rehenes, etc.) y “actos inhumanos” (expulsar y aniquilar poblaciones enteras), desglosando este último concepto en dos apartados: por un lado, estarían esos actos inhumanos cuyo móvil pudiera tener una finalidad política o económica reconocible (expulsar a un grupo humano para colonizarlo con gente aria, por ejemplo) y, por otro, aquellos “crímenes contra la humanidad” cuyo móvil o finalidad eran hasta entonces desconocidos. En este último aspecto, el Tribunal Israelí se quedó corto o no quiso establecer distinciones al respecto. Lo que se le escapó materialmente, según Arendt, fue reconocer, y a la postre tipificar, una nueva modalidad del crimen: el exterminio de grupos étnicos, ya fueran gitanos o judíos, como algo más que un atentado al pueblo gitano o judío: es un crimen contra la humanidad [...de suerte que el orden internacional y la humanidad entera quedaban gravemente
tocadas y amenazadas…]. En su justificación, Arendt distingue entre tres tipos de conductas: 1) por un lado, encontramos ahí el crimen establecido en Las Leyes de Nurenberg (1935); en este caso la nación alemana, utilizando el derecho internacional, declaró minoría nacional a los judíos; y luego, esa misma nación, no respetó los derechos y garantías reconocidos por la Convención de Ginebra para tales minorías, considerando esta violación a la norma jurídica como del ámbito nacional, dado que ya gravitaban en esa esfera los derechos y libertades nacionales a nivel interno; 2) otro tipo de criminalidad es la que representa la política oficial de 1938 en virtud de la cual se aprueba la “emigración forzada” o la expulsión pura y simple de los judíos alemanes. Ahí podemos hablar de un crimen contra la comunidad de naciones, pues la medida del Estado nazi afecta inmediatamente a las naciones vecinas. Estas dos formas de crímenes ya eran conocidas: eran una práctica en diferentes países de Europa, África y Asia y, 3) la diferencia se produce cuando el régimen nazi declara que no pretende expulsar a los judíos de su territorio sino hacerlos desaparecer de la faz de la tierra: [...es entonces cuando aparece un nuevo crimen, el crimen contra la humanidad, en el sentido de “crimen contra el status del ser humano, contra la esencia misma de la humanidad”...]. El hecho que haya habido que inventar un nombre para designar a ese crimen -crimen contra la humanidad- denota su singularidad.

Así pues, Eichmann –estoy glosando a Arendt- ...en el contexto del tribunal israelí y del proceso carcelario supo desenvolverse tan bien como lo había hecho durante el régimen nazi pero, ante situaciones carentes de este tipo de rutina, estaba indefenso y su lenguaje estereotipado producía en la tribuna, como evidentemente también debió hacerlo en su vida oficial, una suerte de comedia macabra...; y, concluye la autora, esto sucedía “…porque los estereotipos, las frases hechas, la adhesión a lo convencional, los códigos de conducta estandarizados cumplen la función socialmente reconocida de protegernos frente a la realidad; es decir, frente a los requerimientos que sobre nuestra atención pensante ejercen los acontecimientos y hechos en virtud de su existencia...”. http://www.youtube.com/watch?v=6cOyYAgK1eg

La facultad de juzgar, de distinguir entre lo bueno y lo malo, ¿dependen de nuestra facultad de pensar? –se pregunta Arendt-. Visto desde otro enfoque: la actividad de pensar, en sí misma, ¿puede ser una actividad de tal naturaleza que se encuentre entre las «condiciones» que llevan a los seres humanos a evitar el mal o, incluso, lo «condicionan» frente a él? Estas inquietudes la llevan al concepto de la “banalidad del mal”, en tanto que y entonces Hannah Arendt busca la respuesta a sus interrogantes, al problema del mal, y no conforme con las respuestas que dan a ello la ética o la moral, va más allá sobre la cuestión de qué es pensar. Por eso, Hannah Arendt, en su obra La vida del Espíritu, toca temas como el ser y la apariencia, en donde esta última posee la doble función de ocultar algo interno y mostrar algo superficial. Ella retoma el pensamiento de Kant quien sobre el tiempo y el espacio escribiría, en su Crítica de la Razón Pura, que no tienen existencia objetiva; solo son formas de la sensibilidad. Kant concluye por tanto, que no podemos conocer la «cosa en sí» o «nóumeno»; sólo sabemos que existe un mundo de apariencias o «fenómenos». Allí es donde Arendt enlaza su pensamiento con el filósofo de Könisberg, pues señala que a pesar de que sólo se puede conocer lo que aparece, lo que es dado a la experiencia en la forma de «me parece», hay pensamientos que «son» como Dios, la libertad y la inmortalidad; la razón no puede evitar pensar estos conceptos, los cuales son del máximo interés para los hombres y la vida del espíritu. Otra de las actividades del espíritu es el pensamiento y, aunque Arendt se pregunta: ¿dónde estamos cuando pensamos?, ella misma considera que este planteamiento es erróneo, porque la actividad de pensar no corresponde a las formas de tiempo y espacio de las que habla Kant; más bien se trata de que el pensamiento está «en ningún lugar». Las otras dos actividades ‘paralelas’ son la voluntad y el juicio. De la primera se desprende el problema de la libertad, concepto que surgió posterior a la era cristiana y en donde, desde este enfoque estrictamente filosófico, la dificultad estriba en cómo reconciliar la fe en un Dios todopoderoso y omnisciente con las exigencias de la voluntad libre. No obstante, aquí la libertad no es entendida como la facultad de elegir entre diversos o como la libertad política, sino que la refiere, más bien, a aquella voluntad que es delegada de la razón, y en donde ésta es su órgano ejecutivo (Kant). Para Arendt el juicio no está en la moral, o sea: no en las normas en que estriba el ejercicio de la bondad o la maldad, sino que es una cuestión que debe afrontar y resolver el ejercicio de la razón.

¿Qué pensaría hoy Hannah Arendt del genocidio judío sobre el pueblo palestino?

rguillencordero@gmail.com.

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