miércoles, 18 de marzo de 2009

Confabulando


Hannah Arendt:
(1906-1975)
La vida del espíritu

Rosalino F. Guillén Cordero


[La igualdad es siempre la principal causa de las revoluciones. La muchedumbre aspira siempre a la igualdad absoluta; la clase distinguida quiere la absoluta desigualdad: la ambición de unos, la envidia de otros, ocasiona las discordias civiles. Las injurias, el envilecimiento y la avaricia de los gobernantes, de un lado; de otro, la cólera, la ira, la envidia, la ambición y el odio de los gobernados, hacen que todo poder se trastorne y se convierta, primero en demagogia y luego en despotismo.]

[El cumplimiento y observancia severa de las leyes, la prudencia, la sabiduría, la templanza, el uso moderado y hábil de los poderes, es el medio mejor de conservación de los gobiernos.]

La Política. Aristóteles. (Ed. Edivisión. México, 2000)

Mientras que en el verano de 1940 Francia era ocupada en sus tres cuartas partes por los alemanes durante la segunda guerra mundial, Hannah Arendt, filósofa y una de las pensadoras más originales y controvertidas de origen alemán (Hanover 1906), se establecía en Nueva York nuevamente exiliada, pues al primer país había llegado bajo esa situación en 1933 procedente de Alemania. Más tarde, en 1951 adoptaría la nacionalidad estadounidense. Arendt influyó poderosamente en el pensamiento social y político de la segunda mitad del siglo XX, y fue, además, una contundente analista de los más importantes acontecimientos históricos de su tiempo. En 1924 fue a estudiar a Marburgo y conoció a Martín Heidegger. Esta relación tuvo repercusiones en la filosofía de Arendt, que reacciona frente a un Heidegger cuyo pensamiento está dominado-encaminado por y hacia la muerte y la deshumanización; en contraparte, Arendt sistematizará con los años el concepto de natalidad y su pensamiento será considerado, por unos, como un canto a la vida. Su tesis doctoral titulada Der Liebesbegriff bei Augustin (El concepto de amor en San Agustín), inclina su pensamiento en favor de los grandes valores y sentimientos del hombre.
Karls Jaspers
El inicio de su relación de amistad con Karls Jaspers (psicólogo y filósofo existencialista alemán, Oldenburg, 23 de febrero de 1883; Basilea, 27 de febrero de 1969), que duraría el resto de su vida, coincidió con el matrimonio de Arendt con Gunther Anders (pseudónimo de Gunther Stern). Después de la guerra, Arendt fue profesora en las universidades de California, Chicago, Columbia y Princeton, ocupando, a la vez, altos cargos en organizaciones judías. Sus obras más célebres son The Origins of Totalitarianism (El origen del totalitarismo,1951), Eichmann in Jerusalem (Eichmann en Jerusalén, 1963), y las más filosóficas por especulativas The human condition (La condición humana, 1958) y The life of the mind (La vida del Espíritu, 1978), siendo ésta su última obra publicada y editada post-mortem por su albacea literaria Mary McCarthy, traducida al español por Fina Birulés y Carmen Corral (Paidós, 2002), obra que comenzó siendo una serie de conferencias preparadas para las Gifford Lectures, fundadas en 1885 por Adam Gifford, un notable juez y jurista escocés, “con el propósito de crear en cada una de las cuatro ciudades, Edimburgo, Glasgow, Aberdeen y St. Andrews [...] una cátedra [...] de Teología Natural, en el más amplio sentido del término”, según McCarthy.
La vida del espíritu
Arendt ha dicho que fueron dos razones bastantes diferentes entre sí las que la impulsaron a escribir sobre los trabajos del espíritu, terreno inseguro para quien prefirió montar su análisis y certidumbre en la base de la ciencia y en la teoría política: primero, en el proceso de Eichmann en Jerusalén, y, segundo, en los problemas morales surgidos de la experiencia concreta que iban contra la sabiduría de los siglos.
En efecto, Hannah Arendt no perdona al tribunal israelí que juzgó a Eichmann en Jerusalén (Ver http://www.youtube.com/watch?v=fBC4MAUekQA); ella se pregunta por qué Auschwitz era tan horrible, y en qué el horror de los campos de exterminio se distinguía de todos los demás horrores de la historia. En su notable libro Eichmann en Jerusalén, incide en preguntar en qué esos crímenes “eran diferentes, política y jurídicamente, respecto a los que les habían precedido”.
Un poco más adelante la autora se inquieta por esa singularidad del caso que lo hace ser como ningún otro que haya existido en la historia humana, y cuyo no reconocimiento, en su opinión, llevó al fracaso al tribunal de Jerusalén. Un tribunal como éste, tan ocupado en juzgar los crímenes contra el pueblo judío debería estar en condiciones de distinguir entre “crímenes de guerra” (matar civiles, ejecutar rehenes, etc.) y “actos inhumanos” (expulsar y aniquilar poblaciones enteras), desglosando este último concepto en dos apartados: por un lado, estarían esos actos inhumanos cuyo móvil pudiera tener una finalidad política o económica reconocible (expulsar a un grupo humano para colonizarlo con gente aria, por ejemplo) y, por otro, aquellos “crímenes contra la humanidad” cuyo móvil o finalidad eran hasta entonces desconocidos. En este último aspecto, el Tribunal Israelí se quedó corto o no quiso establecer distinciones al respecto. Lo que se le escapó materialmente, según Arendt, fue reconocer, y a la postre tipificar, una nueva modalidad del crimen: el exterminio de grupos étnicos, ya fueran gitanos o judíos, como algo más que un atentado al pueblo gitano o judío: es un crimen contra la humanidad [...de suerte que el orden internacional y la humanidad entera quedaban gravemente
tocadas y amenazadas…]. En su justificación, Arendt distingue entre tres tipos de conductas: 1) por un lado, encontramos ahí el crimen establecido en Las Leyes de Nurenberg (1935); en este caso la nación alemana, utilizando el derecho internacional, declaró minoría nacional a los judíos; y luego, esa misma nación, no respetó los derechos y garantías reconocidos por la Convención de Ginebra para tales minorías, considerando esta violación a la norma jurídica como del ámbito nacional, dado que ya gravitaban en esa esfera los derechos y libertades nacionales a nivel interno; 2) otro tipo de criminalidad es la que representa la política oficial de 1938 en virtud de la cual se aprueba la “emigración forzada” o la expulsión pura y simple de los judíos alemanes. Ahí podemos hablar de un crimen contra la comunidad de naciones, pues la medida del Estado nazi afecta inmediatamente a las naciones vecinas. Estas dos formas de crímenes ya eran conocidas: eran una práctica en diferentes países de Europa, África y Asia y, 3) la diferencia se produce cuando el régimen nazi declara que no pretende expulsar a los judíos de su territorio sino hacerlos desaparecer de la faz de la tierra: [...es entonces cuando aparece un nuevo crimen, el crimen contra la humanidad, en el sentido de “crimen contra el status del ser humano, contra la esencia misma de la humanidad”...]. El hecho que haya habido que inventar un nombre para designar a ese crimen -crimen contra la humanidad- denota su singularidad.

Así pues, Eichmann –estoy glosando a Arendt- ...en el contexto del tribunal israelí y del proceso carcelario supo desenvolverse tan bien como lo había hecho durante el régimen nazi pero, ante situaciones carentes de este tipo de rutina, estaba indefenso y su lenguaje estereotipado producía en la tribuna, como evidentemente también debió hacerlo en su vida oficial, una suerte de comedia macabra...; y, concluye la autora, esto sucedía “…porque los estereotipos, las frases hechas, la adhesión a lo convencional, los códigos de conducta estandarizados cumplen la función socialmente reconocida de protegernos frente a la realidad; es decir, frente a los requerimientos que sobre nuestra atención pensante ejercen los acontecimientos y hechos en virtud de su existencia...”. http://www.youtube.com/watch?v=6cOyYAgK1eg

La facultad de juzgar, de distinguir entre lo bueno y lo malo, ¿dependen de nuestra facultad de pensar? –se pregunta Arendt-. Visto desde otro enfoque: la actividad de pensar, en sí misma, ¿puede ser una actividad de tal naturaleza que se encuentre entre las «condiciones» que llevan a los seres humanos a evitar el mal o, incluso, lo «condicionan» frente a él? Estas inquietudes la llevan al concepto de la “banalidad del mal”, en tanto que y entonces Hannah Arendt busca la respuesta a sus interrogantes, al problema del mal, y no conforme con las respuestas que dan a ello la ética o la moral, va más allá sobre la cuestión de qué es pensar. Por eso, Hannah Arendt, en su obra La vida del Espíritu, toca temas como el ser y la apariencia, en donde esta última posee la doble función de ocultar algo interno y mostrar algo superficial. Ella retoma el pensamiento de Kant quien sobre el tiempo y el espacio escribiría, en su Crítica de la Razón Pura, que no tienen existencia objetiva; solo son formas de la sensibilidad. Kant concluye por tanto, que no podemos conocer la «cosa en sí» o «nóumeno»; sólo sabemos que existe un mundo de apariencias o «fenómenos». Allí es donde Arendt enlaza su pensamiento con el filósofo de Könisberg, pues señala que a pesar de que sólo se puede conocer lo que aparece, lo que es dado a la experiencia en la forma de «me parece», hay pensamientos que «son» como Dios, la libertad y la inmortalidad; la razón no puede evitar pensar estos conceptos, los cuales son del máximo interés para los hombres y la vida del espíritu. Otra de las actividades del espíritu es el pensamiento y, aunque Arendt se pregunta: ¿dónde estamos cuando pensamos?, ella misma considera que este planteamiento es erróneo, porque la actividad de pensar no corresponde a las formas de tiempo y espacio de las que habla Kant; más bien se trata de que el pensamiento está «en ningún lugar». Las otras dos actividades ‘paralelas’ son la voluntad y el juicio. De la primera se desprende el problema de la libertad, concepto que surgió posterior a la era cristiana y en donde, desde este enfoque estrictamente filosófico, la dificultad estriba en cómo reconciliar la fe en un Dios todopoderoso y omnisciente con las exigencias de la voluntad libre. No obstante, aquí la libertad no es entendida como la facultad de elegir entre diversos o como la libertad política, sino que la refiere, más bien, a aquella voluntad que es delegada de la razón, y en donde ésta es su órgano ejecutivo (Kant). Para Arendt el juicio no está en la moral, o sea: no en las normas en que estriba el ejercicio de la bondad o la maldad, sino que es una cuestión que debe afrontar y resolver el ejercicio de la razón.

¿Qué pensaría hoy Hannah Arendt del genocidio judío sobre el pueblo palestino?

rguillencordero@gmail.com.

Videos relacionados:

http://www.youtube.com/watch?v=pfFwIuTckWw
http://www.youtube.com/watch?v=WrwjBrw-AOQ
http://www.youtube.com/watch?v=AXB5zxK_Hgk
http://www.youtube.com/watch?v=FZ1iqqcunsg

martes, 17 de marzo de 2009

Confabulando

El siguiente artículo es producto de un ensayo en la maestría en administración pública por el Instituto de Administración Pública de Veracruz, mismo que fue publicado en el Periódico Local "Gráfico de Xalapa".

Confabulando

Reforma del Estado:
¿Por qué? o ¿para qué?

Rosalino F. Guillén Cordero

Los grandes cambios y desafíos que se presentan en el mundo como el asunto del calentamiento global, el narcotráfico, la migración, el crimen organizado internacional, entre otros temas trascendentales, tanto mundiales como internos, han ido cambiando el concepto tradicional del Estado-Nación, lo que nos ha llevado a la idea de reformarlo para adecuarnos a estas grandes transformaciones.
Actualmente nuestros legisladores del Congreso de la Unión han iniciado un proceso de reformas al Estado, y entre las que se han producido está la de la reforma constitucional en materia electoral y otra en materia de Justicia, estando próxima a discutirse la reforma energética.
La primera, aunque es producto de los acuerdos entre las fuerzas políticas nacionales, realmente responde a las fracturas que se vieron en las pasadas elecciones del 2006, principalmente por la vía del gasto en campañas y la intervención de organizaciones privadas en la contratación de espacios en los medios electrónicos para hacer campañas sucias a los adversarios.
Sin embargo, es importante partir de las interrogantes: ¿Por qué reformar el Estado? o ¿Para qué reformar el Estado? Siendo éstas las dos preguntas claves en el proceso de transformación de las estructuras, instituciones y sistemas que componen al Estado.
La primera interrogante nos remite a la parte de los motivos jurídicos, morales y éticos en vista de los cuales el Estado puede obligar a los hombres a someterse a sus mandatos, siendo justificado de acuerdo a la aplicación y efectividad de los principios éticos del derecho.
Si el Estado es lo que debe ser, -a decir de María de la Luz González, (Valores del Estado en el Pensamiento Político, McGraw-Hill, México, 1997)- entonces justifica su existencia, porque no es suficiente lo fáctico del poder, ni la fuerza, ni la coacción para justificarlo.
Este enfoque -¿el por qué?- nos remite a los valores –axiología- del Estado: ¿cuáles son esos valores que deben ser inherentes al Estado? Existen innumerables teorías o corrientes que a lo largo de la historia han explicado, desde su enfoque, los principios sobre los cuales se debe desarrollar el Estado.
Las teorías teológico-religiosas (todo poder proviene de Dios), de la fuerza o necesidad de orden físico-material (dominio del fuerte sobre el débil), teorías éticas (el bien supremo del hombre es la felicidad), teoría contractualista (el estado de naturaleza), son algunas que se han ocupado en justificar la existencia del Estado.
En el mundo contemporáneo occidental, específicamente en los años de la posguerra, han surgido nuevos planteamientos sobre los valores del Estado, siendo la dignidad humana la piedra angular de la teoría de los Derechos Humanos, es decir, a mediados del siglo XX se retomaron con mayor fuerza estos derechos, constituyendo con ello el Estado Democrático Liberal, cuyo eje principal es el reconocimiento de estos derechos, unos individuales (primera generación; derechos políticos y civiles) y otros colectivos (segunda y tercera generación; derechos económicos, sociales y culturales; así como los derechos de solidaridad o minorías).
Con la caída del Muro de Berlín y el final de la Guerra Fría, el liberalismo económico y político, como "idea" de Occidente, finalmente se impuso en el mundo [Fukuyama, Fin de la Historia, 1988], evidenciándose en el colapso y agotamiento de ideologías alternativas.
Al surgir el neoliberalismo como una ideología imperante en el mundo, nuestro país no se pudo sustraer a esta nueva versión del “capitalismo salvaje”, rezagándose importantes temas políticos, económicos y sociales en la agenda pública.
Entonces, la reforma del Estado mexicano ¿es realmente un asunto ideológico? ¿Deberíamos de ponernos de acuerdo, primero, qué tipo de Estado queremos? Parece ser que la disyuntiva que nos tiene divididos son dos ideas:
Una, la continuidad de un Estado alineado a las políticas que dictan los organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, cuyos costos sociales se traslucen en la cotidianidad del México no empresarial y del sur del país sobretodo.
Dos, un Estado democrático liberal con instituciones fuertes orientado al aspecto social, impulsor de la participación ciudadana a través de Partidos Políticos serios. ¿Por dónde empezar?
Tal parece que el círculo podría cerrarse con la segunda pregunta, misma que refiere a la determinación de los fines del Estado, o sea, resolución de la pregunta: ¿Para qué reformar el Estado? Consiste en determinar cuál es la meta que ha de alcanzar el Estado, es decir, hacia qué dirige su actividad.
Ignacio Burgoa afirmó que la finalidad del Estado: “(…) son los múltiples y variables fines específicos que son susceptibles de sustantivarse concretamente, pero que se manifiestan en cualesquiera de las siguientes tendencias generales o en su conjugación sintética: el bienestar de la nación, la solidaridad social, la seguridad pública, la protección de los intereses individuales y colectivos, la elevación económica, cultural y social de la población (…)”.
En conclusión podemos afirmar que la finalidad del Estado es la realización de los más altos valores de la convivencia social humana, que una sociedad estima conveniente alcanzar en un momento histórico y concretamente determinado.
Por eso, indudablemente, una reforma del Estado debe partir de la visión resolutiva a estas dos preguntas operacionales: ¿por qué? y ¿para qué? De otra manera es continuar transitando de riesgo en riesgo, costo en costo y los resultados podrían ser fatídicos en economías y sociedades tan cambiantes.

IAP-Veracruz.rguillencordero@yahoo.com.mx

lunes, 16 de marzo de 2009

Confabulando

El artículo que a continuación se presenta, fue escrito el día en que el Papa Juan Pablo II falleció. Un día que quedará escrito en la historia de la humanidad ante la grandeza de un hombre que guió a la Iglesia Católica durante varios años. Este artículo fue publicado en periódico "Grafico de Xalapa", un día despues de la muerte del santo padre.


CONFABULANDO
Rosalino F. Guillén Cordero


Juan Pablo II

Horas antes de la muerte del Papa Juan Pablo II, vimos por la televisión a importantes cadenas televisivas transmitir desde el Vaticano su agonía, luchando entre ellas por ser la primera en anunciar al mundo la muerte del Pontífice. En el Senado lo dieron por muerto desde el jueves pasado, lo que produjo pena ajena en muchos mexicanos que vimos a Diego Fernández de Cevallos pedir un minuto de silencio por el descanso del Papa, después un Senador quiso corregirlo y aquel, con un gesto de arrogancia, calló a su corrector para luego justificarse en que “es de humanos errar” y enseguida anunciar que se equivocó.
Al anuncio de la muerte del Papa el sábado pasado cuando eran como las dos y media de la tarde, hora local, se oyó el taan taan taan de la campana de un templo por Las Trancas en donde algunos feligreses se unieron por el sentimiento de pérdida de alguien a quien quizá nunca lo vieron o saludaron, pero que representa el máximo líder de la Iglesia Católica, el guía espiritual de miles de millones de humanos.
“El mundo ha perdido un gran hombre”, comentaban dos jóvenes mientras esperaban que pasara el camión que los llevaría de regreso al centro de la ciudad. En efecto, el pontífice logró penetrar en la conciencia de muchos jóvenes de quienes se refirió como el porvenir de la Iglesia Católica. Después vimos por la televisión los llantos, las lágrimas, el dolor, muchos se negaban a creer que ya no podrían ver más al Papa. Un niño cantando “tu eres mi amigo del alma” expresaba un profundo sentimiento.
Recordamos a través de la magia de la televisión las imágenes de aquel hombre en sus innumerables viajes alrededor del mundo. México fue privilegiado ya que Juan Pablo II decidió que el primer país en visitar sería México en 1979, en donde inauguró la III Conferencia del Episcopado Latinoamericano, reafirmando, en Puebla, la tradicional doctrina social de la Iglesia. Continuó su primer viaje por la República Dominicana. Visitó, después, Polonia, Irlanda, Estados Unidos, Turquía, Zaire, Congo, Kenia, Ghana, Alto Volta, Costa de Marfil, Francia, Brasil y la República Federal de Alemania. En 1981 un atentado contra su persona, en plena plaza de San Pedro (31 de mayo), lo obligó a suspender momentáneamente toda actividad.
Juan Pablo II ha dejado un gran sentimiento de vacío porque además de ser el líder máximo de la Iglesia Católica, también entregó al mundo una importante obra en términos de la promoción y defensa de la paz mundial, así como su apoyo incondicional a la libertad, en todas sus facetas, del hombre. Un Papa que reconoció los grandes “errores” históricos de la Iglesia Católica, pidiendo perdón a los países en donde la Iglesia cometió abusos.

Quien fue Juan Pablo II

De nombre Karol Wojtyla, quedó huérfano de madre cuando apenas contaba ocho años de edad. Su padre, que había sido sargento del Ejército polaco, le envía al colegio del lugar. Luego, ingresó en la Universidad Jagellónica de Cracovia. Durante la ocupación alemana, trabajó en una cantera y después, en la fábrica de productos químicos Solvay para poder seguir estudiando clandestinamente.
En 1942 ingresa en el seminario de Cracovia, al tiempo que se licencia en Filosofía. Participó en la resistencia contra los alemanes al mismo tiempo que organizó un grupo de teatro y se preocupó de salvar numerosas familias judías.
Se ordena en 1946 y, poco después, se traslada a Roma, doctorándose en el «Angelicum», en 1948, con una tesis sobre la fe en San Juan de la Cruz. Cuando regresa a Polonia, es nombrado vicario cooperador, consiliario de los estudiantes universitarios católicos y profesor de Ética en la Universidad Católica de Lublin y en la Facultad de Teología de Cracovia. Pío XII le nombra obispo titular de Ombi en 1958, y Paulo VI, arzobispo de Cracovia, en 1964.
Cercano colaborador del cardenal Wyszynski, interviene ocho veces en el Concilio Vaticano II y pronuncia un importante discurso sobre la libertad religiosa. Es nombrado cardenal en el consistorio el 26 de junio de 1967. Fue vicepresidente de la Conferencia Episcopal polaca.
Escribió más de 500 ensayos y artículos y cinco libros. Se distingue por su amor a la Virgen y sus largas horas de oración.
Fue elegido Papa el 16 de octubre de 1978, cuando tenía 58 años, siendo el primer Papa no italiano desde Adriano VI en 1552.
Lo primero que llamó la atención, en los comienzos de su pontificado, fue su gran preocupación por la renovación de la Iglesia, la defensa de la familia y el mantenimiento de la paz en el mundo, temas que marcaron su labor pastoral al frente de la Iglesia.
Convertido en primer misionero, por su gran inquietud y por su afán por comunicarse con todo el mundo, viajó por los cinco continentes atrayendo la atención de todas las gentes por su gran personalidad, su profunda erudición, la firmeza de sus convicciones y su innegable simpatía.
En cuatro ocasiones más, visitó la ciudad de México, visitando las ciudades de Monterrey, Guadalajara, Mérida, Puebla, entre otros lugares.

rguillencordero@yahoo.com.mx

domingo, 15 de marzo de 2009

Confabulando

El artículo de abajo fue publicado en el Periódico Local "Gráfico de Xalapa" cuando aún (des) gobernaba en el país Vicente Fox.

CONFABULANDO
Rosalino F. Guillén Cordero

Todos los días, desde hace unos tres años para acá, escucho o veo, según el caso, las noticias por la televisión temprano por la mañana, mientras preparo mis cosas personales para salir a realizar mis labores. Quizá lo que va de este año he estado más atento con las noticias. No sé si los medios de comunicación a lo mejor maximizan las noticias, pero mi sentir con respecto a lo que pasa con el gobierno federal y, en particular el Presidente Vicente Fox, es lamentable, mis sentimientos a veces son encontrados, ya que por un lado, veo a un presidente de la república envalentonado enfrentando a un estudiante de una universidad que se manifiesta en una gira de trabajo y ante esta escena desde luego que rechazo la actitud del Ejecutivo, pues por naturaleza la tendencia humana es ponerse del lado de los débiles, mientras que por otro, la declaración desafortunada -considerada como racista- del presidente Vicente Fox sobre el trabajo de los migrantes mexicanos en Estados Unidos, y que fue repudiada por dirigentes afroamericanos, me hace pensar que en realidad lo que dijo el Ejecutivo cuando señaló, palabras mas palabras menos, que el trabajo que hacen los compatriotas en el vecino del norte, no lo quieren hacer ni los ‘negros’, representa una realidad, aunque quizá la forma de decirlo tan directamente no haya sido la correcta, según quienes representan a grupos étnicos en los Estados Unidos. No es correcta por la alta envestidura que tiene un jefe de gobierno, pero casi todos los mexicanos sabemos o tenemos conocimiento, ya sea directa, indirectamente o por la experiencia que han vivido muchos de nuestros paisanos que retornan sin haber logrado el sueño americano. Condiciones de trabajo -si es que se le puede llamar así- infrahumanas, explotación de menores con turnos mas allá de los establecidos y horas extras sin remuneraciones, sin derecho a la seguridad social, trabajos humillantes e indignos, son por decir, algunas de las lindezas por las que tienen que atravesar nuestros connacionales. He conocido a varios que se han aventurado a atravesar la frontera impulsados por la emoción de hacer realidad el sueño de tener una vida material desahogada, pues se piensa que con dos o tres años consecutivos de trabajo allá es suficiente para adquirir una casa o montar un negocio acá. He escuchado a quienes han logrado hacerlo, que fueron afortunados, en contraparte, también los hay aquellos que sufrieron toda clase de abusos y vejaciones. En el suplemento dominical “Masiosare” de la Jornada de ayer (domingo 29 de mayo de 2005) se publica un comentario de grupos que abogan por la supremacía de la raza blanca, a propósito de lo dicho por Fox y que dice: “Los invasores mestizos... llegan buscando cualquier empleo –aunque sea limpiar con la lengua los escusados... No sólo habla con la verdad la declaración de Fox en cuanto a los negros y su floja naturaleza, sino también revela mucho acerca de la ignorancia y credulidad de los insurgentes mexiscum y su “voluntad” para trabajar. Llegan ilegalmente al país y rápidamente son levantados de una decrépita esquina –con un signo de ‘trabajo-a-cambio-de-pesos’ en la frente- por Tyson Foods o cualquier compañía parecida en busca de mano de obra que trabaje por una pequeña porción de lo que un hombre blanco normalmente aceptaría. Es así como los contratan, y por eso hacen los trabajos que solo los negros no harán –sino tampoco los más educados blancos.”
Duelen las expresiones despectivas y arrogantes de los grupos raciales en contra de nuestros compatriotas; bastó una declaración de nuestro Presidente para sacar la ira de los líderes afroamericanos, y me pregunto ¿dónde está la tolerancia en que se encuentra basada la sociedad liberal norteamericana, esa tolerancia que hace que ideas, grupos religiosos y étnicos irreconciliables entre sí subsistan a través del tiempo?

Comentarios: rguillencordero@yahoo.com.mx