viernes, 16 de diciembre de 2016

Los contemporáneos: la poesía en movimiento



No todo poema –para ser exactos: no toda obra construida
bajo las leyes del metro- contiene poesía.
Octavio Paz

Enrique González Rojo (1899-1939), el poeta.

La poesía contemporánea surge en la época postrevolucionaria. Concluida la revolución mexicana comienza en nuestro país la construcción de las nuevas instituciones, consecuencia del nuevo pacto político de los grupos revolucionarios.
En este contexto, la obra del poeta Enrique González Rojo está enmarcada en la época de los poetas contemporáneos mexicanos, al lado de Carlos Pellicer, Bernardo Ortiz de Montellano, José Gorostiza, Jaime Torres Bodet, Jorge Cuesta, Xavier Villaurrutia, Salvador Novo y Gilberto Owen.
González Rojo, trae la poesía en la sangre: hijo de otro ilustre poeta mexicano y diplomático: Enrique González Martínez (1871-1952).
En el poema El Buzo, González Rojo hace sentir al lector los colores, la luz, el mar, el agua, el aire.
En apariencia, El Buzo es un poema sencillo escrito en primera persona en donde el lector se siente, momento a momento, sumergido en la inmensidad del mar hasta el punto en que los oídos son rotos por la presión de la profundidad del agua.
Sin embargo, parafraseando a Octavio Paz, el poeta utiliza, adapta o imita el fondo común de su época. Y el fondo común de la época es el modernismo contrario a la poesía romántica española.
En esta poesía el autor se entrega al mar como se entrega a su obra poética y se ve asimismo, en la ruptura de lo tradicional y lo nuevo: la nueva poesía, hechura de poetas mexicanos. Leer a González Rojo es entrar a un mundo fascinante de luces, colores, de auténticos momentos que vive y siente, a contrario de los románticos que –a decir de su padre el poeta Enrique González Martínez - la expresión en su poesía carece de verdadero sentimiento.

                      El buzo

Vaga fosforecencia luminosa,
entibia
la curva superficie de las ondas.

Llamaba el mar,
y yo solté mis manos de la borda,
y comencé a bajar…

Tibio era el baño de la luz; absorta
mi alma se cubría de oro y sol.
Antes pesaba el cuerpo, pero ahora
el mar volviómelo ligero,
tal como el aire y la canción.

Llamaba el mar,
y yo seguía hundiéndome
cada vez más y más…

De repente apagáronse las luces
como lámparas eléctricas rotas;
sentí la detonación en mis oídos
amarga, contenida y sorda.

Llamaba el mar.
La cuerda se alargaba, y yo seguía
                     bajando más, bajando más…



Jaime Torres Bodet (1902-1974) otros de los contemporáneos también deja ver esa ruptura, que no una transición, del romaticismo con el modernismo de los contemporáneos. Pórtico es un poema que rompe el paradigma de la métrica y formas inflexibles. Esta maravillosa poesía de Torres Bodet reconcilia al poeta con su ser y no que con su deber ser, el poeta como es, sin adornos, que expresa el auténtico espíritu.

Pórtico
En esta presencias amarilla –entre dos lámparas- de la
noche,
en esta inmovilidad del espejo que cuenta al revés sus
cadáveres
y en la grieta fina del reloj
por donde cabe todos los días un instante imperceptible
            de alondra
está mi eternidad.

En este arco de triunfo
de vértebras unidas con banderas
para el aniversario de una rosa en el tacto,
en esta dimensión de cinco dedos
indispensable al peso de cada fruto y a la fecundidad
de cada caricia,
en este blanco de los ojos, blanco,
al que no tocan sino flechas mudas
y en esta melodía de una piel que la sal
de las mareas no enjuga, ni robustece, ni bruñe.

De un muro al otro de la soledad
soy un hombre desnudo que sangra por un costado su
sombra
He tenido
que aprender a nadar en una competencia de náufragos,
con las manos tendidas
a todos los racimos del agua en que las espumas verdecen
mientras los cabellos perdían y recobraban a cada
momento una corona de ausencias…
Me sabía la voz, al hablar,
a las voces de los poetas que el oído narcotizaba en los
            libros.
Y odié la voz. Y el eco. Y el espejo mismo del eco.
Pero ya estoy aquí
en esta edad de la luz en que los colores más opuestos
se reconcilian,
rodeado por una selva de vértigos
y defendiendo de todas partes con una muralla de nombres.

Mi mundo pesa lo mismo, ahora, que una promesa,
que un sueño, que una palabra de mujer en la esquina
de una almohada,
pero lo llevo a todos los sitios,
a todas las distancias del aire,
a las nucas que imprime el bosque en la nieve de las
montañas,
a los valles que deposita una fuga de arroyo en el césped,
a las proezas y a las contricciones,
a todo,
a todo cuanto devuelve a la orilla de un puerto
            incendiado
-en ceniza de pájaros y barcos-
la resaca de los destierros…
 

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