sábado, 20 de enero de 2018

Caminos del ser

Voy caminando, respirando y sintiendo el ambiente de mis raíces. Me dirijo a la casa de mi madre. Momentos antes paso al cementerio en donde yacen los restos de mi padre, a quien año y medio atrás había dado sepultura. Corre un viento que estremece a los árboles que nacen en el humus de la materia que se transforma, en esa materia que no muere; en tanto, los vientos en sus diferentes velocidades, parecieran que se manifiestan, mientras yo estoy parado frente a la plancha de concreto en donde leo una inscripción que reza mi nombre. Le hablo a mi nombre y como si me escuchara, arrecian los aires que golpean las hojas y ramas de los cocuites y, como si me contestaran, me dan la bienvenida. Salgo meditando, mientras enfilo mis pasos a la casa de mi madre. Es el mes de febrero de 2017 y voy andando dejando atrás de mis espaldas ese sacrosanto lugar de nuestros muertos, que se recrean en los recuerdos vivos de la memoria colectiva entrelazada por las diferentes conexiones que nos unen en la cotidianidad de la vida comunitaria. En medio de esa paz, como consecuencia de mi despedida, y cerca de la casa de mi madre llega el mensaje a mi celular. Busco en los archivos de mi pasado una pista que me lleve a identificar el origen, la persona y que representa en mi pasado. Ver el pasado en blanco y negro fue mi condición en vida pretérita, esa etapa de debates como en el inframundo de siete infiernos, recorridos éstos mi perspectiva ya no es igual, sino ese pasado se torna maniqueo. 


Acayucan, Ver., Febrero 2017

[Caminos del Ser, 2017]


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